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A VUELTAS CON LA TECNOLOGÍA DOMÉSTICA

  • Foto del escritor: roserproscopywriter
    roserproscopywriter
  • 11 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

La labor de un copywriter es, como su propio nombre indica, escribir. Escribir con un objetivo concreto: ayudar a sus clientes a conseguir presencia, autoridad, conversión y por ende, éxito empresarial. Las palabras lo son todo, junto con su correcto uso y manejo. No se trata de enhebrar una palabra tras otra sinó de escoger las adecuadas para que sirvan a su propósito.

Otra labor importantísima del copy es la formación contínua. Hasta que no he entrado en este mundillo no me he dado cuenta de hasta qué punto, cada día aparecen nuevas aplicaciones y funcionalidades digitales que ayudan a la creación de contenidos de calidad y valor, al análisis de datos, al conocimiento del medio y del mercado, de los productos, de la competencia... en el caso de los copys, la investigación es la clave de su trabajo y cuanto más se investiga, más datos se recopilan, más y mejor se procesan y ordenan, mejor es el resultado final que presenta el copy y más puede ayudar al cliente.

Personalmente, en este momento estoy en plena formación. Siempre me ha gustado estudiar, leer, añadir conocimientos a mi base cultural, pero la formación que ahora estoy recibiendo por parte de l@s profesionales de Big Bang Conversion, es brutal. Es ir directamente al meollo de la cuestión sin andarse por las ramas porque hay mucho que aprender y el tiempo disponible es limitado. Aunque está claro que la formación, no solo en el oficio de copy sinó en todos, es fundamental, más en estos tiempos que corren en los cuales es preciso reinventarse.

El correcto majeno de herramientas que están a disposición y que se pueden aprovechar para trabajar, es fundamental. De acuerdo, conocer sus rudimentos puede llevar un cierto tiempo pero después, amig@, qué gusto, cuando le dices a la aplicación: búscame esto, coloréame aquello, envíame lo otro, guárdame lo siguiente... Y la aplicación, ¡va y lo hace!, porque las instrucciones que ha recibido son las correctas.

¿Recordáis aquellos tiempos en los que los ordenadores personales entraron en nuestra vida cotidiana?

El primer ordenador que entró en mi casa me sorprendió con 9 o 10 años. Lo trajo mi padre y era un Commodore 20. No tengo ni idea de dónde lo sacó. El ordenador consistía en un teclado increíblemente grande, bastorro y aparatoso, que tenía que conectarse a una pantalla que tuviéramos en casa (en nuestro caso una tele vieja, en blanco y negro, ya desechada y sustituída por otra más moderna y en color), una especie de grabadora que representaba ser un periférico que iba con una cinta de casette y que era toda una orquesta de pitos, agónicos gorjeos, ronroneos y quejidos, emitidos con voz robótica. Y lo más importante, el Commodore 20 tenía una capacidad de 20k.


Sí, sí, ¡20k!, es decir, 20 caracteres.

Recuerdo que un día, mi padre y yo hicimos un viaje a Tarragona para comprar en una tienda especializada, una ampliación de memoria, consistente en una especie de cartucho, que convertiría nuestro Commodore 20 en un Commodore 64. Y claro, 64K ya era toda otra cosa.


¡Otra de más seria!.


Con esa ampliación de memoria y nuestro ordenador convertido en una bestia parda, mi padre y yo nos pasamos laaaaaaaaaaaaaaaargas y pesadas tardes transcribiendo a mano, de un grueso libro, las líneas incomprensibles compuestas de signos y caracteres que formaban una especie de “lenguaje codificado”, entendible solo por el ordenador, para que de repente, los números del teclado se convirtieran en el teclado de un piano. Uno robótico y eléctrico, naturalmente. Pero por lo menos, daba las notas de forma correcta. Una escala y media del piano nos había costado unas cuantas tardes, porque transcribir la combinación de signos, letras y números, era una proeza. Pero lo hicimos.


¡Dos veces!.


Y ahora preguntaréis ¿Por qué dos veces?


Pues porque todo lo que habíamos hecho no se guardaba en ninguna parte. El ordenador no disponía de memoria interna, no almacenaba datos, ¡ese ordenador no tenía nada!. Por eso mi padre compró la grabadora periférica que nunca llegó a funcionar correctamente. Pero nosotros insistíamos ahínco, con una cierta ilusión, más estimulados por la novedad que por los (im)posibles e (in)útiles resultados.


El salto tecnológico en estos últimos 40 años es tan brutal que si esta historia la leen mis hijos (que han nacido con un ratón en la mano y la tecnología recorriéndoles las venas), probablemente se reirán a mandíbula batiente.

No sé si lo que hoy os cuento tiene mucho que ver con el copy, pero lo cierto es que me ha apetecido compartirlo con vosotr@s.

 
 
 

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